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Celeste se marcha IX

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En un santiamén, las haditas volvieron a encontrarse en la encrucijada frente al portón. Celeste estaba muy contenta de que rápido se hubieran congregado y no tuviera que ir a buscar a ninguna, como cuando jugaban a las escondidas y alguna se entretenía más de la cuenta. Les había hecho bien la primera jornada de las “trasonsolitas”. Después de abrazarse, se asombraron unas a otras con los relatos de lo que habían visto, pero pronto todas estuvieron de acuerdo con ir a comer porque tenían mucha hambre. Prepararon algo de lo que había en la alacena y se sentaron a cenar. Ámbar seguía entusiasmada enumerando las cosas fantásticas que había encontrado en el laboratorio del mago Saponino de Arañuela. Fuego que hablaba y se podía tocar, un dragón dormido con una cadena al cuello, incontables matraces con pociones multicolores, aprendices que pronunciaban conjuros para hacer aparecer y desaparecer objetos. Luna la escuchó con atención y luego actuó para ella algunas de las poses y caras q

El encuentro con los pájaros VI

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Mientras tanto, Roble se había detenido a descansar en donde se juntaban las copas de varios árboles, bajo el cielo nublado. Se tendió de espaldas, apoyando su cabeza sobre los brazos y sonrió satisfecha de su primera sesión de vuelo autodidacta. Desde lo alto había visto muchas cosas desconocidas. Se había detenido para observar algunas; otras, las había dejado pasar. Conoció animales insólitos, enormes o pequeñitos. Comió bayas de las que antes no había podido alcanzar. Unas vocecitas chillonas la sacaron de su introspección. –Ííííííí, ííííí. -¡Son ustedes! Me asustaron, -exclamó llevándose la mano a uno de sus bolsillos. Ahí había cuatro pajaritos hambrientos. Los había reconocido desde que los vio, mientras volaba. Parecía que se hubieran caído del nido, pero la verdad era que no se veía ningún nido cerca. No estaban lastimados, ni llamaban a su mamá. Parecían esperarla a ella, quien les había dado de comer ya una vez antes. Sacó las bayas restantes de su almuerzo y se las dio. Mi

El Árbol de perfume V

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-¿Qué haces aquí?, saludó el árbol. -Vine para saber de dónde venía el perfume. -Ah sí, soy yo, ¿y tú, quién eres? -Soy Celeste . -Hola Celeste, ¿quieres una flor?, tengo muchas aunque ya es otoño. -En realidad quería tomar un poco de tu corteza para llevarla a mis hermanas. El árbol se rió primero bajito y luego a carcajadas. Celeste no entendía por qué y no le parecía bien que aquel árbol fuera tan maleducado de reírse de ella, a quien acababa de conocer. -Puedes tomar la corteza que quieras, pero tus hermanas no podrán olerla. -¿Cómo es eso? Yo pude olerla desde allá, estaba parada ahí y de repente… -Exacto, de repente me encontraste… porque sólo tú eres capaz de percibir el perfume y aún de verme, dijo el árbol, tirando de una ramita seca. -No te creo, dijo Celeste. -Bueno, eso no importa. Cuando te vayas te daré lo que quieras, mientras, ¿quieres subir a ver las flores? Celeste subió unas cuantas ramas y se detuvo un poco agitada. Cuando volvió a mirar hacia abajo, se asustó mucho

La primera exploración IV

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  Como era la más pequeña, Luna escogió primero su rumbo. Sus hermanas tenían que encaminarla, pero ella no quería que vieran hacia dónde se iba. Entonces les pidió que se pusieran de espaldas. Ellas hicieron caso, pero de reojo la vigilaban. Luna sacó la semillita que había encontrado. Los reflejos del arcoíris aparecieron al instante en su mano. Cerró los ojos y desapareció. Ámbar, a quien se le había pasado el llanto y estaba emocionada por estrenar su varita, se apresuró a caminar hacia el rumbo de Volkjabás , a donde nunca había ido antes. Una vez oyó decir a su padre que ahí habitaban los magos más poderosos del país. Sus hermanas la acompañaron hasta la entrada del camino y se despidieron sonrientes. Cuando se quedaron solas, Celeste y Roble se miraron. Lo mejor era tomarlo como un juego, pero ambas sabían que sus padres se habían ido para siempre y que debían… hacer algo, aunque no estuvieran muy seguras de qué. -Nos vemos-, dijo Roble. Decidiré el camino desde arriba.

"Realmente se han ido" III

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Ámbar no podía creerlo.  La mañana siguiente, al despertar, se miraron unas a otras sin encontrar a Ámbar . Celeste subió corriendo la escalera, deseando que la noche anterior hubiera sido sólo un sueño. Llegó a la habitación de sus padres y encontró a la pequeña con los ojos esmeralda desbordando lágrimas. –No están aquí, realmente se han ido. Celeste la abrazó. Ella sufría también, pero no quería asustar a su hermanita. En cambio, le propuso un juego: -No, manita, no llores, ya verás que cuando regresemos, nos van a estar esperando. -¿Regresemos? Pues, ¿a dónde vamos a ir?, preguntó Ámbar secándose la cara con el dorso de la mano. -¿Cómo, tontita, no sabes? Tenemos planeada una excursión, la mejor de todas. -¿En serio? -¡Sí! Vamos a ir las cuatro y será genial. -Pero, ¿quién ordeñará las vacas miniatura y nos hará el desayuno?, gruñó con la nariz congestionada. -¡Pues nosotras lo haremos! Ya verás que buenas nos quedan las hojuelas, y luego ¡a jugar! Ámbar se consoló y

El cumpleaños de Luna II

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Uno de los regalos del hada Luna.   El día amaneció espléndido y las haditas acudieron gustosas al bosque de la Primavera . Se divirtieron mucho buscando frutas para el pastel de Luna e imitando a los pájaros que cantaban cerca de ellas. Luna descubrió una semillita del color del arcoíris y la guardó en la bolsa de su pantalón nuevo hecho por su mamá. Ámbar recogió unos cristales muy brillantes del fondo de un arroyo. Roble encontró un nido con cuatro pájaros diminutos y depositó trocitos de fruta en sus picos abiertos. Celeste halló una corteza perfumada, que escondió después de frotársela en la muñeca. Todas se consideraron muy afortunadas. Esa tarde tuvieron una gran fiesta con manjares y vinillo dulce. Luna abrió sus regalos, sopló sus velas y todos la pasaron muy bien hasta que llegó la hora de dormir. El hada Amanecer habló entonces con el Mago Melquíades : -mañana les diremos. -Pero, Amanecer, ¿estás segura? Son tan pequeñas… - dijo Melquíades mirando los escalones q

El aviso I

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Celeste y Luna pasaban mucho tiempo juntas. Había una vez en el País de las Cuatro Estaciones , una casa donde vivían el mago Melquíades , su esposa, el hada Amanecer y sus cuatro pequeñas hijas. Eran muy felices porque tenían todo lo que podían desear: dulces frutos en el bosque de la primavera, agua fresquísima en las cascadas del verano, mullidas camas de hojas en el valle del otoño y mucha diversión con la nieve de las praderas del invierno. La familia se levantaba temprano a cumplir los deberes que cada uno tenía asignados. El hada Amanecer les servía en el desayuno hojuelas y leche de unas vacas miniatura que sólo habitaban en ese país. Después de trabajar, a medio día, se reunían para comer y platicaban de sus actividades; de vez en cuando las haditas eran regañadas por alguna travesura. Luego, descansaban un rato, lavaban los platos y salían a jugar. A la mayor, Celeste , le gustaba juntar flores con la más pequeña, el hada Luna . Roble y Ámbar preferían correr sobre l