La primera exploración IV
Como era la más pequeña, Luna escogió primero su rumbo. Sus hermanas tenían que encaminarla, pero ella no quería que vieran hacia dónde se iba. Entonces les pidió que se pusieran de espaldas. Ellas hicieron caso, pero de reojo la vigilaban. Luna sacó la semillita que había encontrado. Los reflejos del arcoíris aparecieron al instante en su mano. Cerró los ojos y desapareció.
Ámbar, a quien se le había pasado
el llanto y estaba emocionada por estrenar su varita, se apresuró a caminar
hacia el rumbo de Volkjabás, a donde nunca había ido antes. Una vez oyó decir a
su padre que ahí habitaban los magos más poderosos del país. Sus hermanas la
acompañaron hasta la entrada del camino y se despidieron sonrientes.
Cuando se quedaron solas, Celeste
y Roble se miraron. Lo mejor era tomarlo como un juego, pero ambas sabían que
sus padres se habían ido para siempre y que debían… hacer algo, aunque no
estuvieran muy seguras de qué.
-Nos vemos-, dijo Roble. Decidiré
el camino desde arriba.
-Está bien, manita. De aquí te
veo.
En un minuto, Roble llegó a la
punta del árbol más alto. Se llenó los pulmones del aire puro y frío y se lanzó
a volar. ¡Por fin podía hacerlo! Celeste vio que iba hacia el norte, pero no
supo bien a dónde porque su hermana era de veras rápida.
Por su parte, decidió caminar un
poco hacia donde había encontrado su corteza perfumada. Quizá encontrara más y
podría llevarle a sus hermanas. No tuvo que avanzar mucho. Apenas lo había
pensado, cuando sopló una brisa que le trajo su fragancia. Bañado por los
jóvenes rayos del sol, apareció un clarecillo con un árbol en el centro. Sin
duda era ésa la fuente del perfume. Se acercó despacio aunque no sin ruido
porque había muchas hojas. Ese ruido fue el que despertó al árbol o quizá éste
ya estaba despierto desde antes.
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