Celeste se marcha IX

En un santiamén, las haditas volvieron a encontrarse en la encrucijada frente al portón. Celeste estaba muy contenta de que rápido se hubieran congregado y no tuviera que ir a buscar a ninguna, como cuando jugaban a las escondidas y alguna se entretenía más de la cuenta. Les había hecho bien la primera jornada de las “trasonsolitas”. Después de abrazarse, se asombraron unas a otras con los relatos de lo que habían visto, pero pronto todas estuvieron de acuerdo con ir a comer porque tenían mucha hambre. Prepararon algo de lo que había en la alacena y se sentaron a cenar. Ámbar seguía entusiasmada enumerando las cosas fantásticas que había encontrado en el laboratorio del mago Saponino de Arañuela. Fuego que hablaba y se podía tocar, un dragón dormido con una cadena al cuello, incontables matraces con pociones multicolores, aprendices que pronunciaban conjuros para hacer aparecer y desaparecer objetos. Luna la escuchó con atención y luego actuó para ella algunas de las poses y caras que había visto retratadas en las paredes de aquel palacio; a Ámbar le dieron mucha risa y las dos se divirtieron mucho recordando la torpeza con que usaron las varitas por primera vez ¡Ninguna atinaba a apagar la alarma de vuelta a casa! Roble comía en silencio y miraba a Celeste. Su hermana mayor sonreía pero muy tímidamente; tenía los ojos distintos que siempre y a ratos miraba en torno suyo con tristeza. Era la que menos había contado sobre su aventura. Roble sabía que ella también iba a irse. Después de levantar la mesa, se fueron a acostar: estaban muy cansadas, pero aún así, una de ellas estaba por emprender otro viaje. Ámbar y Luna se durmieron enseguida. Las dos roncaban porque habían heredado de su padre los cornetes hipertrofiados, aunque lo hacían muy suavemente. Roble estaba en su cama mirando el techo. Ya había colocado una manta sobre la nueva casita de sus pájaros y éstos se habían acomodado muy bien tras devorar un banquete de trigo y alpiste. -Buenas noches, manita, -le dijo Celeste luego de arroparla. -Buenas noches. Que te vaya bien. A Celeste se le atragantó el “hasta mañana” y volvió para abrazar fuerte a Roble. Estaba muy triste y sin embargo feliz de que su hermana le permitiera despedirse. Roble la tranquilizó: -estaremos bien. Cuídate. -Las quiero mucho. -Yo sé, manita. Yo sé. Roble escuchó apagarse los pasos de su hermana, que todavía pasó al cuarto de su mamá por un abrigo. Logró conciliar el sueño antes que entristecerse.

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