"Realmente se han ido" III

Ámbar no podía creerlo. 

La mañana siguiente, al despertar, se miraron unas a otras sin encontrar a Ámbar. Celeste subió corriendo la escalera, deseando que la noche anterior hubiera sido sólo un sueño. Llegó a la habitación de sus padres y encontró a la pequeña con los ojos esmeralda desbordando lágrimas. –No están aquí, realmente se han ido. Celeste la abrazó. Ella sufría también, pero no quería asustar a su hermanita. En cambio, le propuso un juego: -No, manita, no llores, ya verás que cuando regresemos, nos van a estar esperando.

-¿Regresemos? Pues, ¿a dónde vamos a ir?, preguntó Ámbar secándose la cara con el dorso de la mano.

-¿Cómo, tontita, no sabes? Tenemos planeada una excursión, la mejor de todas.

-¿En serio?

-¡Sí! Vamos a ir las cuatro y será genial.

-Pero, ¿quién ordeñará las vacas miniatura y nos hará el desayuno?, gruñó con la nariz congestionada.

-¡Pues nosotras lo haremos! Ya verás que buenas nos quedan las hojuelas, y luego ¡a jugar!

Ámbar se consoló y aceptó bajar las escaleras hasta el cuarto donde las esperaban Roble y Lunita, la primera ya levantada, doblando sus sábanas, la segunda, rascándose la cabeza con los piecitos colgados por el borde.

-¿Están listas?

Sólo Roble respondió que sí porque siempre estaba lista para lo que fuera. Luna extendió los brazos para que su hermana mayor la ayudara a bajarse de la cama con pedestal que su papá le había construido y que siempre le había quedado demasiado alta. Luego de bañarse, las cuatro se reunieron en el comedorcito.

Prepararon un desayuno que quedó a gusto de todas excepto de las vacas, a quienes no les gustaron los apretones de más. Se limpiaron con sus servilletas y pusieron atención a Celeste, que en ese momento se aclaraba la garganta para hablar.

-Hermanitas, ha llegado la hora de jugar a… a… ¡a las trasolitas! –improvisó al fin, acostumbrada a inventar historias y juegos para sus hermanas. -Ya sé que nunca hemos jugado, pero por eso será mejor. Fíjense, nos vamos a repartir para ir cada una en un rumbo y al final de la tarde, sin importar lo lejos que hayamos llegado, nos encontraremos de nuevo en casa. ¡Podremos estrenar las varitas!

-¿Cómo sabremos para qué usarlas?, preguntó Luna arrugando el entrecejo.

-Ellas nos lo dirán, -le respondió Roble mientras hacía un guiño a Celeste-, ¿verdad?

-¿Y si nos perdemos?-, se preocupó Ámbar.

-Nadie se va a perder, niña, es sólo un juego. ¡Como siempre! Nada más que ahora somos "las trasolitas".

Las cuatro se pusieron sus capas, tomaron sus varitas y salieron. Al llegar al sitio donde se iban a separar, Celeste tomó aire. No le resultaba nada fácil dejar ir a sus hermanitas solas por ahí. –Está bien niñas, las reglas son: cuidarse mucho y estar de vuelta temprano. Fuera de eso, ¡diviértanse con las varitas!

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