El cumpleaños de Luna II
Uno de los regalos del hada Luna. |
El día amaneció espléndido y las haditas acudieron gustosas al bosque de la Primavera. Se divirtieron mucho buscando frutas para el pastel de Luna e imitando a los pájaros que cantaban cerca de ellas.
Luna descubrió una semillita del
color del arcoíris y la guardó en la bolsa de su pantalón nuevo hecho por su
mamá. Ámbar recogió unos cristales muy brillantes del fondo de un arroyo. Roble
encontró un nido con cuatro pájaros diminutos y depositó trocitos de fruta en
sus picos abiertos. Celeste halló una corteza perfumada, que escondió después
de frotársela en la muñeca.
Todas se consideraron muy
afortunadas. Esa tarde tuvieron una gran fiesta con manjares y vinillo dulce.
Luna abrió sus regalos, sopló sus velas y todos la pasaron muy bien hasta que
llegó la hora de dormir.
El hada Amanecer habló entonces
con el Mago Melquíades: -mañana les diremos.
-Pero, Amanecer, ¿estás segura?
Son tan pequeñas… - dijo Melquíades mirando los escalones que la más pequeña
acababa de subir, arrastrando su camisón.
-Sé bien la edad que tienen,
-respondió ella-, pero nada podemos hacer porque el tiempo ha llegado.
Aunque hablaba con firmeza, su
voz era dulce, igual que su mirada.
-Está bien –consintió él-, mañana
les daremos sus varitas y luego… bueno, luego será como habíamos dicho.
Se abrazaron y lloraron mientras
se prometían no olvidarse nunca. Esto último, lo oyó el hada Celeste, quien
apenas pudo dormir con la duda de qué significaría aquello.
Después de limpiar la casa,
bañarse, vestirse y perfumarse como les había encargado su mamá (Celeste usó la
corteza que había encontrado en el bosque sin mostrársela a nadie), las haditas
se sentaron en la sala muy atentas. Sus padres llegaron poco después con los
rostros más fríos que ellas habían visto.
Habló primero el mago Melquíades.
-Hijas –dijo forzándose a
mantenerse sereno-, hoy les daremos sus varitas y les explicaremos los poderes
que les han sido concedidos.
Las haditas no se contuvieron y
se pusieron a dar brincos de alegría. Si de por sí eran felices, ahora lo
serían mucho más. Celeste podría usar su varita para encontrar siempre a sus
hermanas. Roble volaría en lugar de correr para llegar a donde quisiera. Ámbar
hechizaría sus instrumentos de limpieza para que trabajaran solos. Luna ya no tendría
que esperar a que su semilla brotara sino que con un toque de su varita haría
aparecer una flor.
Festejaron hasta que se dieron
cuenta de que sus padres no reían.
Amanecer intervino: -es una gran
responsabilidad, niñas, los dones implican deberes. Ustedes en agradecimiento a
lo que reciben, deben usarlo para hacer el bien y para cuidarse unas a otras.
Las haditas se callaron y
volvieron al sillón en que estaban sentadas.
El hada amanecer sacó de una
cajita azul una vara de árbol de jazmín. La tomó con dos manos y llamó a
Celeste. –Tú, querida-, le dijo-, eres la mayor y te corresponde cuidar a tus
hermanas. Tus poderes serán de luz: brillarás sin extinguirte hasta en la más
profunda oscuridad. Tu presencia traerá esperanza a quienes la hayan perdido.
-Roble, -dijo entonces el mago
Melquíades entregando una varita de árbol de durazno-, has nacido fuerte y
fuerte serás hasta el final. Tu deber es mantenerlas juntas a todas. Tus
poderes te los da la tierra y con ellos recibes el don de la abundancia. Alegrarás
a todos los que te conozcan y llevarás inspiración a los corazones.
-Mi pequeña Ámbar –volvió a decir
Amanecer al darle su vara de caoba-, tu don es la generosidad. Siempre
compartirás una copa rebosante y nunca rechazarás a quien te pida ayuda. Es el
fuego el que te bendice y te concede poder sobre quienes te rodean: úsalo para
el bien.
Finalmente, los dos magos se
dirigieron a la menor de las niñas: -tú, Lunita, tendrás esta vara de ciprés.
Tu don será la inteligencia y el amor te permitirá alcanzar la sabiduría. Tu
poder procede del agua y así, será tu deber aliviar a quienes se acerquen
confundidos a ti, como los sedientos a la fuente.
Las haditas, ahora convertidas en
hadas, se quedaron un rato inmóviles, sosteniendo las varas que emitían un leve
resplandor. Miraron a sus padres y éstos, con un movimiento de cabeza, les
indicaron que se volvieran a sentar.
-Ahora, -dijo Melquíades, menos
capaz de hablar tranquilo-, debemos decirles algo más.
Amanecer comprendió que sería
ella quien les diera las noticias.
-Hace mucho tiempo, antes de que
ustedes nacieran, antes incluso de que nosotros naciéramos, nos fue asignada
una tarea que ahora debemos cumplir. Esta noche y a partir de hoy, todas
estarán al cuidado de todas. Ya sea que decidan irse o quedarse, deben
permanecer juntas: entiendan lo que les digo.
Las cuatro hadas no creían lo que
estaban escuchando ni se atrevían a hablar.
Por fin, Ámbar decidió preguntar:
-Pero, ¿a dónde van?, ¿por cuánto tiempo?
Sus padres le respondieron que
del lugar al que iban, no se regresaba jamás.
Celeste y Roble se miraron en
silencio.
-¿Realmente van a abandonarnos?,
exclamó Lunita corriendo a los brazos de su padre.
A Melquíades le seguía costando
trabajo mantener la ecuanimidad de Amanecer.
-Sé que es difícil, pequeña, pero
es lo que está dispuesto-. Ella se acurrucó bajo su capa de mago. –Vengan-,
llamó a sus hijas mayores y todos se unieron en un gran abrazo. Permanecieron
así, hasta que las cuatro hijas se durmieron profundamente.
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